Programa en Planificación y Evaluación de las Políticas Públicas. Área de CCPP y Admón - UA

Elena Llorca Asensi. Socióloga en el sector TIC y profesora en la Universidad de Alicante. Master en Comunicación Digital. Experta Universitaria en Liderazgo Político.



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La política como juego de estrategia

25.11.2013 15:03

Hay un elemento que introduce esta película en las reflexiones que el profesor Sanmartín nos invita a realizar sobre los sistemas políticos. No sé si voluntariamente por parte del profesor, o por el hecho de ser Tempestad sobre Washington una película tan cargada de contenido útil para debatir, pero el hecho es que entre las muchas conclusiones que pueden sacarse este magnífico film, la sensación que me queda es que la política es algo así como un gran juego, con sus propias reglas - tanto escritas como tácitas - pero nada más que un gran juego.

En la película, tanto los partidarios como los detractores del nombramiento de Leffingwell como Secretario de Estado, se encargan de “mover los hilos” necesarios para lograr sus objetivos. Pero la película deja de manifiesto que moverse en los límites de la legalidad, o incluso más allá, está permitido siempre que se respeten las reglas tácitas del juego. ¿Quién establece estas reglas? Los propios personajes o quizá deberíamos decir, los propios jugadores. No son reglas escritas, ni siquiera son reglas que todos acepten por igual. Son reglas tácitas que indican a los intervinientes en un juego qué está permitido y qué no lo está. Acuerdos, negociaciones, amistades, alianzas, secretos, incluso aceptación del perjurio… todo ello está permitido para hacer política. Pero del mismo modo, aquel que se salta las reglas (e introduce, por ejemplo, el chantaje personal) queda eliminado del juego. Es fácil adivinar el difícil futuro que le espera al chantajista dentro del Senado, con el desprecio y el vacío que le prometen sus compañeros. Dentro del senado, la película nos muestra los engranajes del funcionamiento oficial. Fuera, en los pasillos, fiestas, reuniones o encuentros fortuitos, nos muestra el funcionamiento real, en el que se manifiestan las reglas tácitas del juego.

De la naturalidad con que se aceptan todos y cada uno de los sucesos, la rapidez con que remontan de sus  victorias y sus derrotas, con que se sobreponen a los contratiempos, parece desprenderse el deportivo principio de que lo importante no es perder o ganar, sino participar. Parece como si todos hubieran aparcado sus verdaderas pasiones para jugar una partida, en la que nada es del todo falso ni del todo cierto y donde no parece haber nadie totalmente malo ni totalmente bueno. No parece haber nada personal en todo ello. Es sólo política, parecen decir los protagonistas: es sólo un juego de estrategia.